La experiencia de Francisco en Madagascar: una crónica de aprendizaje, alegría y transformación

Este verano, Francisco viajó a Madagascar como voluntario en un proyecto centrado en la infancia y el desarrollo comunitario. Lo que empezó como una intención de entrega y servicio, se convirtió en una vivencia profundamente transformadora, tanto a nivel personal como humano.
«En el fondo, lo que más me conmovió fue entender que yo había ido allí pensando que iba a dar, y al final lo que recibí fue infinitamente más.»
Con estas palabras, Francisco resume lo que significó para él esta experiencia: un intercambio inesperado, donde el aprendizaje, la gratitud y el cariño superaron cualquier expectativa.
Durante su estancia, convivió con niños y niñas que, a pesar de las dificultades, mostraban una energía y una alegría contagiosa. Esa conexión genuina y constante con la infancia tuvo un efecto rejuvenecedor y liberador.
«¡Ser voluntario rejuvenece! Estar todo el día con niños hace que acabes aniñándote un poco: hablas de manera más infantil, pierdes el miedo a jugar o bailar, y hasta te sorprendes riéndote por cosas que antes te parecerían infantiles. Es como volver a ser niño otra vez, con esa mezcla de inocencia, curiosidad y alegría por las cosas más simples. Me gustó mucho tener esa sensación.»
A través de esta crónica, Francisco comparte los momentos que lo marcaron, los desafíos que enfrentó, y sobre todo, las lecciones que se llevó de una comunidad que lo acogió con los brazos abiertos.
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